Ya me lo decía mi madre en su pertinaz papel de apasionada consejera: los casinos, hijo mío, son la perdición. Si los progenitores de María Australia Navarro y Francisco Hernández Spínola hubiesen sido advertidos de tal circunstancia a tiempo, tal vez como yo en la infancia, igual a estas alturas estarían más entretenidos en asuntos como el paro, la pobreza, la educación, la salud mental, la inmigración, la crisis económica, el acceso a la vivienda... en fin todos esos problemillas de andar por casa que tanto preocupan a la ciudadanía y tan poco, al parecer, a quienes tienen el deber de solucionarlos. Pero no, han decidido entrar de lleno en la cosa de la ruleta y el black jack, tirándose las fichas a la cabeza en una disputa que tiene su aquél, pero en la que, en definitiva, prevalecen los intereses de sectores más o menos privados, es decir empresariales en general (aunque algunos están que trinan).
No parece de recibo que el reparto de prebendas en un área económica que, en el campo del interés general, ni está ni se le espera, ocupe un lugar predominante en el templo de la representación popular que es el Parlamento, y mucho menos con esa pasión y ese ardor guerrero tan faltón y desmadrado que ya nos gustaría se diera, por un poner, en cualquiera de los escasos debates sobre los asuntillos anteriormente enumerados. Es como si de pronto el ser o no ser de nuestra región pasara por cero o cinco casinos más o menos y, con ser surrealista la cuestión, tampoco es como para portada del BOC o movilización multitudinaria.
Lo de María Australia, que es decir el PP, que es decir José Manuel Soria y, a lo que parece, es decir también el Ejecutivo canario en peso, es de rechifla. Se nos pone ahora en plan Agustina de Aragón de la causa antimonopolística y no en asuntos como la electricidad, las comunicaciones, el agua o el gas, sino, acérquense bien al texto, en el juego. Sí, han leído estupendamente. Y se muestra firmemente antimonopolista cuando, en realidad, no existe ningún monopolio, ya que cada uno de los casinos que funcionan en el Archipiélago son hijos de su padre y de su madre, es decir, de las distintas empresas que los gestionan en calidad de concesionarias. Bueno, sí que hay un monopolio, que es el del Estado, auténtico dueño y señor de esta actividad, pero no creo que Navarro se refiera a eso, que tampoco le vemos maneras de nueva Pasionaria. Y mantiene erre que erre su posición, a pesar de los informes que revelan el incipiente declive que experimenta el sector, la crisis turística y la firme oposición de la asociación nacional de casinos.
Lo de Hernández Spínola, que es decir el PSC, que es decir Juan Carlos Alemán y, a lo que parece, todo su entorno mediático, no le va a la zaga. Aun compartiendo su criterio, no entendemos el frenesí con que se han sumado a la partida en comparación con la tibieza con que suelen ejercer su papel de oposición en otras tablas.
Lo realmente lamentable sería que, al final, el cruce de acusaciones al que asistimos el miércoles en el Parlamento tuviera su correspondencia con la realidad. Es decir, que unos y otros no defendieran más que las cuentas corrientes de amigos y allegados. Lamentable y grave. Mucho. Demasiado.
Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
viernes 25 de junio de 2004