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Mangas Verdes

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El istmo que viene

El istmo que viene Me reprocha a través del correo electrónico un buen amigo, y no obstante defensor a ultranza del purismo en la lengua, el hecho de que en este periódico llamemos istmo al espacio que une La Isleta con el resto de Gran Canaria. No le falta razón, porque en su más estricto sentido, istmo es “una lengua de tierra que une dos continentes o una península con un continente”, y no un islote por muy Isleta que sea a una isla o entidad geográfica similar. Desconoce, no obstante, este buen amigo que no todo en este mundo se rige por cuestiones de estricta definición académica y que la metáfora y la recreación de las convenciones atesoran, en muchos casos, un poder comunicativo y delimitador aún más eficaz que todo el léxico del DRAE en su conjunto, con perdón y reconociendo lo pelín exagerado.

Ignora, pues, el crítico comunicante que el de La Isleta istmo sí que lo es primero, porque Gran Canaria ostenta la condición de continente, aunque en miniatura, a decir de las postales;_y segundo, porque a los grancanarios parece ser que nos ha dado la real gana de así denominarlo, y es algo, pues, que resulta menester considerar. Por tanto, convengamos que el istmo de La Isleta lo es, aunque también en miniatura, como corresponde a un continente de idénticas proporciones, al menos hasta que la Academia estipule un término concreto para accidente geográfico tan particular.

En lo que sí estoy de acuerdo con mi amable reprensor es en el hecho de que la utilización de tal vocablo puede llevar a cierta confusión. En rigor no debería, pues no hay más que observar una fotografía aérea, o darse una vuelta por Ripoche o Santa Catalina para percatarse de que no hay más istmo que el que arde. Es decir, que no estamos ante la inmensidad de Suez o Panamá, sino ante esa estrecha, cosmopolita, multirracial y entrañable lengua de tierra conocida por Puerto de toda la vida, o casi. El nexo entre La Isleta y la capital, entre Las Canteras y Alcaravaneras. Pero algunos de los proyectos urbanísticos que se barajan para el lugar vienen a dar la razón al señor del email, en el sentido de que algunos parecen ver en el pequeño istmo de La Isleta una referencia continental sobredimensionada.

Se olvidan de la condición de miniatura que ostenta el istmo portuario y se entregan quizá alegremente a un diseño macroarquitectónico propio de una megalomanía desbocada de la que, por ahora, inquieta más lo poco que se sabe que lo mucho que resta por conocer. De hecho, lo que ha trascendido a la opinión pública son los aspectos generales, el marco al que deberá circunscribirse el proyecto que resulte ganador. En pocas palabras, que en un tercio de la zona del Puerto se podrán construir edificios de hasta treinta plantas. No se establece el número, pero sí su uso: hoteles, infraestructuras deportivas, torres de oficinas y aparcamientos. El setenta por ciento restante irá destinado, según las bases del certamen establecidas por la Autoridad Portuaria, Cabildo y Ayuntamiento, a espacios libres, y además, se construirá un muelle deportivo para mil embarcaciones.

Los tres PePes, Arnáiz José Manuel, Soria, ídem Manuel, y Luzardo Pepa, también, se han conjurado para hacer del pasaje a La Isleta un enclave de envergadura dentro de la megalópolis que sueñan. Ellos entienden por istmo lo mismo que nuestro interlocutor virtual. Lo que pone el Diccionario. Y si el Diccionario pone continente, pues se es continente y ya está. La etiqueta de isla ha quedado definitivamente desfasada. Lo que ayer fue mar y arena, mañana serán Woermann y rascacielos. Gran Canaria es ya continente, sin miniatura, así, a secas. Por decreto institucional.

Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
miércoles 26 de mayo de 2004

Levántante, anda

Levántante, anda Anda Gran Canaria en peso, menos los que, como yo, desbordados por las circunstancias, hemos decidido hace tiempo entregarnos a una especie de ateísmo futbolístico, pendientes del milagro de la salvación de la Unión Deportiva Las Palmas. En esta ocasión, claro está, se habla de milagro no como la intervención de la entidad divina, sino como la confirmación de las posibilidades que, calculadora en mano, aún ofrece eso que en el mundillo del deporte se conoce, a grosso modo, como las matemáticas. Da igual, pedirle a un equipo que sólo ha sido capaz de ganar un encuentro y de sumar cinco puntos en las últimas doce jornadas que reconduzca en tan solo cuatro partidos la situación es, en la práctica, exactamente lo mismo que postrarse ante Santa Rita para rogarle el favor para el remedio de lo imposible. En ambos casos, la razón arroja la toalla para ceder el protagonismo a lo sobrenatural, un mecanismo del subconsciente que se resiste a aceptar la cruda realidad y la tendencia, casi ineludible, hacia el desastre.

Estos milagros de andar por casa me recuerdan chistes de siempre, como aquel que relataba las peripecias de un sujeto que acudía diariamente a la iglesia a rogar por que le tocara en suerte un Gordo de la Lotería, hasta que alguna imagen del santoral, un tanto harta de las continuas peticiones del individuo, le espetó que, para empezar, lo menos que podía hacer era comprar un décimo; cosa que, al parecer, hasta entonces no había ocurrido. Es decir, que el verdadero milagro está en nuestro trabajo y en nuestra actitud ante la vida, en el esfuerzo y en la superación; aunque de cuando en cuando caiga la breva de un golpe de suerte fortuito. Es decir, que como bien expresó Lorca en lo que concernía a su inspiración particular, si las musas han de venir, que me cojan trabajando.

El Club Deportivo Tenerife llegó a esa conclusión muchas jornadas atrás, cuando precisamente compartía puesto de descenso con la Unión Deportiva Las Palmas. Antes que encomendarse a la Divina Providencia, decidió saltar a los terrenos de juego como si cada encuentro fuese el último, decisivo y determinante. El resultado es que hoy el famoso milagro (en este caso desgracia, la otra cara del espejo del prodigio) consistiría en que el cuadro que dirige Martín Marrero descendiese, en ningún caso su permanencia. La UD ha dado demasiada crédito a la fortuna y ésta se ha transmutado en fatalidad, lo que conduce inexorablemente a la desesperación y a la plegaria.
A la UD le tendría que salir todo bien y al resto todo mal para que se materializaran sus deseos. No es imposible, pero altamente improbable. En cualquier caso, para subvertir la inquietante proyección del destino que ahora mismo atenaza a los isleños los efluvios de ese milagro deben ser macerados sobre el césped y en el vestuario. No existe margen de error (no lo existió nunca, pero ahora menos), y aunque nos consta que la plantilla se esfuerza partido tras partido por el objetivo, el sacrificio debe ser elevado en esta tesitura a su grado sumo.

Milagro sí, pero en la portería contraria (la de la UD parece ya el altar mayor de Segunda). Es la diferencia entre el “levántate y anda”, que según cuenta la Biblia le bastó a Jesús para resucitar a Lázaro, y esa versión tampoco contrastada que apunta más bien a un “levántate, anda”, ante una supuesta actitud ociosa del de Betania. En ambos casos se trata de un milagro, el primero de carácter sobrenatural, y el segundo de extracción cotidiana. Ese es el único prodigio que hoy le vale a la UD, el del esfuerzo y el sudor, el del “levántate, anda”.

Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
martes 25 de mayo de 2004

Lady Leti

Lady Leti Lo siento, pero toca. He estado eludiendo las referencias al enlace entre los príncipes de Asturias, don Felipe de Borbón y doña Letizia Ortiz, por dos razones fundamentales: una, por la distancia sentimental con que me coge todo esto; y otra, porque es tal el despliegue informativo y opinante en torno a la boda que uno pensaba que le iba a quedar poco o nada que añadir. Hoy es el gran día, para los novios, sus familiares y amigos y para toda esa mayoría de españoles que, abiertamente o en secreto, se van a beber las lágrimas ante el espectáculo. Yo no seré uno de ellos, aunque tampoco lo descarto, fundamentalmente porque ahora ando enredado en asuntos de bitácoras y páginas de Internet y, eso, quieran que no, me produce una satisfacción personal que dudo pueda proporcionarme el casamiento, por muy real que sea. Y menos aún, sin haber sido invitado.

Hoy toca hablar de las nupcias, en este caso por tres razones fundamentales: una, porque se trata de un asunto de Estado que ningún analista debe obviar; otra, porque ante la imposibilidad de regalar nada costoso, glamuroso, espectacular o estrafalario, no me parece mala opción la de este artículo, del que posiblemente la pareja no tenga conocimiento jamás (digamos, como bien expresó mi buen amigo Manolo González Mestisay en su día, que ellos nunca lo leyeron y que yo nunca lo escribí); y la última, porque para mi sorpresa, a pesar del maremágnum ninguna de las opiniones vertidas coinciden plenamente con la mía.

Esto probablemente haya que achacarlo a que, en realidad, no tengo opinión formada al respecto. Lo cual no quiere decir que el asunto me las traiga al pairo. Ni siquiera lo contrario. No puedo hablar desde el punto de vista republicano, porque sería como si un boxeador intentara marcarse una lección de fútbol; tampoco desde el monárquico, porque no es la mía ambición de cortesano; no opino desde la izquierda, porque allí se casan y mucho, y ahora se quieren casar más; ni tampoco desde la derecha, porque para eso están Aznar, Ussía o Ansón. No puedo tampoco hablar desde el pueblo, porque el pueblo ya habla por sí sólo, y quien se arrogue su portavocía está como para maniatarlo. Ni siquiera desde mi condición de periodista, porque ya me contará usted qué hace un periodista metido en asuntos de bodas. Para eso está ya el gremio del corazón, que no sale de una para meterse en otra.

Me queda, pues, sólo ese yo y mis circunstancias que precisara Ortega y Gasset. Y ese yo, como ya he dicho, está un tanto ausente del boato nupcial porque no representa una parte relevante de sus circunstancias. Con todo, debo expresar mi felicitación a la pareja y desearle el mejor de los futuros; es algo que, como el agua, no se le puede negar a nadie. Me caen bien, tanto la una como el otro, al igual que la práctica totalidad de la Familia Real. Felipe ha encontrado por fin ese referente en el que apoyarse y tras el que parapetarse de las habladurías. Y, o mucho me equivoco, o Letizia está llamada a convertirse en piedra angular de la política monárquica en el futuro inmediato. Desde luego, no parece que vaya a conformarse con un papel de Doña Sofía II, modosa y discreta. La Ortiz Rocasolano lleva sangre de periodista y no de una periodista cualquiera, sino la de una profesional inquieta y ambiciosa, digna representante de la mujer de nuestros días. Salvando las distancias (a favor de la española), es casi una Lady Di. Doña Leti tiene en sus manos la posibilidad de renovar y modernizar la imagen de la monarquía en este milenio, siempre y cuando logre evitar el desorden personal y ambiental que acabó con la de Gales. Don Juan Carlos deja el listón muy alto. Del éxito o el fracaso de la gestión institucional y popular de la nueva pareja dependerá probablemente la permanencia de ese modelo español de monarquía parlamentaria, tan ligado a nuestra democracia. Punto. Mi yo retoma sus circunstancias, y se vuelve a blogear.
Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
sábado 22 de mayo de 2004

Fotomatón laboral

Fotomatón laboral El Tribunal Superior de Justicia de Canarias ha dado la razón al Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria en su pugna por implantar el sistema de control laboral basado en el reconocimiento de la huella digital de los empleados. Fue un dispositivo promovido por José Manuel Soria en su etapa de alcalde y que contó desde un primer momento con el rechazo frontal del funcionariado. Ahora Pepa Luzardo sonríe e ironiza, que buena falta le hacía ya, ante una victoria judicial que permitirá, a su entender y al del TSJC, “un mejor servicio al ciudadano en términos de puntualidad, asistencia y permanencia”.

Los sistemas de control laboral a través de dispositivos electrónicos siempre me han parecido propios de ese mundo feliz que imaginó George Orwell en su día, me sugieren la deshumanización del trabajo y el automatismo de las conciencias. Primero pasamos de los seres a los nombres, de ahí a los números, luego a un código de programación y, finalmente, a la nada. Pero realmente nunca llegué a explicarme por qué los sindicatos municipales rechazaban precisamente el método del dedo infografiado, siendo como es, al igual que ese otro basado en la lectura de las pupilas, el más humano y personal de todos ellos. Ante la fría y despersonalizada tarjeta o a la firma en el registro de entrada, la calidez y el temperamento de esa leve extremidad en contacto con la célula fotográfica supone al menos un recuerdo de una humanidad perdida entre balances de gestión, productividades y rentas. Es una simbiosis hombre-máquina que nos introduce en el concepto de cyborg, el consenso entre el hombre y su creación, frente al de robot, en el que el ser humano desaparece definitivamente para dar paso al reinado del androide y el ordenador como nuevos señores del planeta.

Cierto es que el control dactilar dificulta la picaresca, el ficha tú que a mí me da la risa, por su condición digital de única e irrepetible. Pero ahí también radica su encanto, dentro de la maldad que supone, como ya hemos expresado, tal sometimiento de la humanidad a los mecanismos de la técnica. La banda magnética no podrá competir nunca con el pulgar, ni con el índice, el corazón, el anular o el meñique. Somos únicos, incluso para esto.

Ahora, si me dieran a elegir, yo optaría por un sistema aún más cálido de control, más amable, divertido e igualmente efectivo. Escogería, por ejemplo, el del fotomatón. Nuestro rostro es inconfundible, imposible de falsificar. Llegas al puesto de trabajo, te pones delante de la maquinita, ¡y flash!, tu foto en un segundo. La imagen iría directamente a la central de procesos para el dichoso control, y las mejores podrían ser expuestas en la cafetería o en recepción: Dolores, a las 08.00 horas (resacada que no veas); Mariano-08.15 (despeluzado); Juan-06.45 (tiene el reloj fatal); Yaiza-07.20 (expresivo corte de mangas); Laly y su multa por mal aparcamiento-08.30; Roberto y Mary-08.20 (nos invitan a una fiesta)... Se podrían hacer concursos de la foto del día, llevarse al niño y al marido, imprimir pósters para el despacho de la alcaldesa e incluso validarlas para el carné de conducir y/o de identidad. Seguro que el TSJC estaría igual de encantado. Miren al pajarito.

Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
viernes 21 de mayo de 2004

Las culpas

Las culpas No hay nada como una buena culpa ni mejor solución a un problema que un buen culpable. Es la panacea de la eficacia. Si estalla una bomba, si naufraga una patera, si se incrementa el paro, si no nos invitan a una cena... basta con señalar a un responsable, y a dormir con la conciencia tranquila y la satisfacción por el deber cumplido. Es como si detrás de la culpa se escondiese la redención, como un sucedáneo barato de esa máxima que estipula que en el origen del problema está el remedio. Da igual que en la falta sean muchos o pocos los factores determinantes, sean más o menos quienes la hayan propiciado e incluso sea el propio delator uno de sus principales causantes. Ante el fracaso, basta con hallar al culpable, y ya está.

En el mundo han sido siempre más las culpas y los culpables que los problemas y remedios. Responsabilizamos a los meteoritos de la desaparición de los dinosaurios, pero aún no hemos sido capaces de diseñar un mecanismo de protección contra ellos; la Inquisición veía en las brujas, científicos y magos la causa de todos los males, y los quemaron, encerraron y torturaron, pero los males continuaron pululando por la Tierra; Hitler imaginó en su delirio que las culpas de la miseria aria eran de los judíos y promovió su exterminio, la miseria aria no había hecho más que comenzar; a Mao le dio por los libros, el arte y la historia, quiso hacer de China una sociedad libre pero sin memoria, un árbol sin raíces, desde entonces la cultura y filosofías milenarias chinas se han convertido en uno de los principales referentes del mundo occidental; Estados Unidos creyó ver en Sadam Hussein al mismísimo Lucifer y no paró hasta derrocarlo, apresarlo y exhibirlo, pero el mundo continúa siendo un infierno; Bin Laden dirige sus imputaciones hacia Occidente como promotor de las desgracias del mundo árabe, sus crímenes han logrado que la desgracia se convierta en masacre y rencor...

Las culpas son también domésticas. Todos somos susceptibles de culpa y capaces de culpar. Por tanto, las posibilidades estadísticas de cargar con responsabilidades son tan infinitas que a uno le extraña que no le endilguen más de las que ya sustenta. La culpa del precio de la vivienda la tiene el Gobierno, pero no sé ni cuántos gobiernos han cambiado ya y aún seguimos con ésas. La culpa de mi mal humor la tiene la vecina, pero desde que se mudó mi mal rollo no ha hecho más que aumentar. La culpa del cáncer la tiene el tabaco, pero el número de fumadores decrece a ritmo acelerado y la detección de tumores se multiplica en la misma proporción...

La culpa suele ser gratis, y quizá por eso se encuentre tan extendida. Además, la reacción en positivo a la culpa es la disculpa, si se da, y ya sabemos que eso tampoco arregla nada. Es decir, que la inutilidad de la culpa es sólo comparable a su proliferación. Y viene todo esto a cuento por el espectáculo culpabilizador al que nos someten CC, PP y PSOE en relación al fenómeno de la inmigración ilegal y el naufragio de pateras. Cuando gobernaba el PP en Madrid, CC y PSOE lo culpaban, mientras el PP canario negaba, ahora gobierna el PSOE_y el PP lo acusa mientras CC calla. Siguen llegando barquillas y continúan las muertes y los naufragios. Para los inmigrantes la culpa sea probablemente de sus gobiernos, del hambre o de las guerras. Del mal tiempo, de los negreros, de las mareas...

¿Y el mea culpa qué? Pues debe de ser la cenicienta. La niña pobre y olvidada de la familia Culpera. Vale, al igual que la disculpa, tampoco decir asumo toda la responsabilidad arregla absolutamente nada. Pero no me discutirán que, cuanto menos, resulta un ejercicio de humildad, responsabilidad y cordura de agradecer entre tanta balacera.

Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
jueves 20 de mayo de 2004

Tan cerca, tan lejos

Tan cerca, tan lejos Marruecos ha sido desde siempre para el canario el vecino invisible, nuestra frontera oceánica inmediata, un Estado limítrofe que despierta por igual atracción e inquietud, capaz de generar estrechas relaciones y distancias casi infranqueables. De ese exótico reino regido por la monarquía alauí nos separan, fundamentalmente, acervos históricos y culturales. Canarias ha vivido siempre de espaldas al continente africano y Marruecos no ha sido una excepción, a pesar del trasiego casi subliminal de personas, ideas y costumbres en ambas direcciones. Las relaciones entre el Archipiélago y el norte de Africa han estado siempre mediatizadas por las políticas ejercidas desde el Gobierno central y por la presunta ambición expansionista del país más pro occidental del Magreb. Al contrario de lo que ocurre con Sudamérica o con la propia Europa, el margen de acción de los canarios en sus relaciones bilaterales con Marruecos ha sido escaso, bien por la presión ejercida desde Madrid, bien por una percepción errónea de lo que podríamos denominar, relativizándolo en lo que concierne a una comunidad autónoma, la estrategia diplomática del Ejecutivo regional. Los resultados para Canarias han sido casi siempre catastróficos: pesca, tomate, pateras... quizá pronto lo sea el turismo también.

La manifiesta solidaridad del pueblo canario con la causa del Frente Polisario ha sido otro de los escollos en los que han varado los distintos intentos de reconducir las prácticamente inexistentes relaciones oficiales con la nación magrebí. A los canarios nos unía mucho más con la vieja colonia española y siempre se vio en un Sahara independiente el contrapeso ideal a los ya mentados supuestos afanes imperialistas, primero de Hassan II y ahora de Mohamed VI.

Sin embargo, el panorama ha cambiado de forma radical. Canarias lleva algunos años esforzándose en tender el puente que hasta entonces ni siquiera había considerado. Esa nueva estrategia comenzó a fraguarse en la anterior legislatura, con el viaje de Román Rodríguez el pasado año, y ha cristalizado ahora con la recepción oficial de Mohamed VI_a Adán Martín. El primero tuvo que hacer frente a la delicada situación generada tras la denominada crisis de Perejil, mientras que el actual presidente de Canarias llega avalado por la simpatía mutua que se profesan el PSOE_y el Gobierno marroquí.

¿Por qué este viraje en la tradicional actitud canaria hacia su vecino del Este? Una vez más, la respuesta la encontramos en factores de carácter económico. Dos, fundamentalmente: los empresarios canarios están hartos de ser el trasero en el que Marruecos golpea a España cada vez que se produce una crisis bilateral, con los considerables perjuicios para la renta insular que ya hemos relatado; y, por otro lado, la economía canaria precisa de una proyección hacia el continente africano que pasa necesariamente por el reino alauí. Es decir, el desarrollo económico del Archipiélago pasa indefectiblemente por Marruecos. O, al menos, eso, es lo que consideran Gobierno y amplios sectores de la patronal.

¿Debe Canarias renunciar a esas relaciones, hipotecar su futuro en base a la supuesta enemistad encubierta marroquí, a su pretendido afán expansionista, a su escaso desarrollo democrático, a las diferencias históricas y culturales que nos separan, al apoyo al Frente Polisario o a la estrategia permisiva con nuestra inmigración ilegal? El debate se presenta apasionante. Pero mi planteamiento es desde ya de no rotundo. La historia, que es tan testaruda, demuestra que ningunear o despreciar a Marruecos ha servido de bien poco. Canarias debe estrechar lazos con su vecino, no sólo por lo beneficios que dicen puede reportarnos, sino porque sólo desde el conocimiento, el entendimiento y el diálogo se puede ayudar a superar también todos esos males que tanto les achacamos.

Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
miércoles 19 de mayo de 2004

Dale, Ramón

Dale, Ramón Eurovisión es demasiado. Es el gran circo de la música europea, donde podemos encontrar desde reputados malabaristas de la armonía a esperpénticos payasos del show business, desde arriesgados trapecistas a taimados encantadores de serpientes. Muy poco en Eurovisión tiene que ver con el talento. No en sentido absoluto, desde luego, digamos mejor que el talento, que lo hay, está al servicio del espectáculo, y entonces se convierte más que en talento en talante, en capacidad buhonera para la fascinación momentánea, para el rapto emocional de una audiencia cachonda y estupefacta. Aquí te pillo y aquí te canto. Mañana ya se verá.
El prototipo de canción ganadora del festival es claro: música festiva, popera, con letra a noventa días, fresca, pegadiza, cantada en inglés e interpretada a) por chica adolescente de buen ver o b) conjunto o grupo dicharachero, cuanto más estrafalario, mejor. Lo demás está prácticamente abocado al fracaso, con las excepciones que todos conocemos, pero que no logran derivar un ápice el perfil de la estadística.
Otra consideración de relevancia en torno al certamen es la descarada influencia de los intereses políticos y del coleguismo regional. Consideración de la que siempre se había sospechado y especulado en tertulias, supermercados y cafés, pero que con la apertura a los países de la Europa de Este se ha visto confirmada y en grado extremo. País vota a país que a su vez le vota y vota a su vez al país de al lado sin cortarse un pelo al grito de “y a mis vecinos doce puans”. Toma ya carrera de solfeo. Factor éste del que las naciones occidentales comienzan a tomar buena nota –las tres máximas puntuaciones que obtuvo el canario Ramón del Castillo fueron de Francia, Portugal y Andorra–, algo que de poco les vale ya porque, quieran o no, han pasado a constituir la inmensa minoría.
Eurovisión viene a ser, pues, algo así como la OTAN del desmadre o la UE de la cursilería. Una feria, un circo o un mercado marginal en donde buscan consuelo los postergados en ese otro gran montaje que es la política. Ucrania, Macedonia o Letonia no pintan casi nada en la Comunidad Europea, pero ganar el festival compensa ampliamente su condición de Estado minimalista. En esto tiene mucho en común con la UEFA_y la Champions League: son atajos que toma el orgullo patrio para reivindicar a través del balón o del micrófono su existencia, vitalidad y presencia en el contexto internacional. Así el país se esté cayendo a cachos.
Ramón no debe sentirse, por tanto, herido, molesto ni fracasado. Eurovisión es un gran escaparate, pero no determina en absoluto ni la valía ni el futuro de sus participantes. De hecho, son muchos más los perdedores que han sedimentado una fructífera trayectoria musical que los ganadores: Julio Iglesias, Massimo Ranieri, Nicola di Bari, Mocedades, Olivia Newton-John, Albano, Silver Convention, Baccara, Braulio, Umberto Tozzi, Scott Fitzgerald, Domenico Modugno, Sergio Dalma, Nana Mouskouri, Raphael, Cliff Richard..., ¿pero quién se acuerda de Sèverine, Teach-In, Marie Myriam o Buck’s Fizz?, con perdón.
Ramón debe mirar al frente y centrarse en desarrollar esos valores que lo convierten en una de las principales promesas de la joven música española. Eurovisión es, como hemos visto, una prueba condicionada, sobre todo si se ve uno limitado por el empeño de TVE en exportar rumbitas, flamenco light, pseudosalsa y otras majaderías. Es lo mejor, junto a Tony Santos, Bustamante y Bisbal de la factoría de aspirantes a algo que es OT. Sólo de él depende que esto sea el fin de un sueño o el principio de una sólida carrera. Esfuerzo, constancia, dedicación, humildad... Por lo pronto, tiene nuestro apoyo y nuestra confianza. Al tajo, pues. Dale, Ramón, que sigues siendo un campeón.
Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
martes 18 de mayo de 2004

Estatutos y residencias

Estatutos y residencias Adán Martín ha puesto la cuarta y se ha lanzado hacia el desarrollo del algunos de los aspectos más emblemáticos y polémicos del programa nacionalista. La reforma del Estatuto de Autonomía y el desarrollo de una ley de residencia especial para Canarias. El debate, pues, está servido, como lo ha estado siempre que se han tocado, siquiera de pasada, ambas propuestas. Un debate en el que el principal opositor ha sido hasta la fecha el Partido Popular, socio de Coalición Canaria en esta legislatura, y de cuyo silencio oficial al respecto cabe suponer consentimiento. De hecho, y a pesar de lo rimbombante de sus epígrafes, el contenido de ambas iniciativas es, en el caso de la reforma estatutaria, bastante burocrático y moderado, circunscrito prácticamente a la transferencia de algunos aspectos clave de la Administración y muy distantes de los procesos de conformación nacional que promueven vascos y catalanes; y, en el capítulo de control de la residencia, notablemente difuso y desvertebrado.
Cierto es que algunas voces populares se han alzado ya contra la segunda de las propuestas, que consideran un error de bulto o directamente un disparate, contraria a la libre circulación de personas e imposible de llevar a la práctica. Pero lo cierto es que el presidente del Gobierno del que forman parte ha puesto rumbo hacia dichas metas sin que hasta el momento tengamos noticias de crisis en el Ejecutivo, de abandono del pacto o de moción de confianza. Es decir, que el partido de José Manuel Soria secunda en la práctica lo que rechaza en la teoría y en sus manifestaciones públicas. Algo similar a lo ocurrido con la policía autonómica.
La coyuntura juega también un papel decisivo en la iniciativa gubernamental. Por un lado, el proceso de reformas autonómicas avalado por José Luis Rodríguez Zapatero y en el que Canarias no quiere ejercer de convidado de piedra. Es algo que ya ha reconocido el propio Martín y que parece conveniente al interés general, siempre y cuando, eso sí, la reforma vaya dirigida a mejorar los mecanismos de la Administración regional y las expectativas sociales, culturales y económicas del conjunto de los canarios, y no sólo de la clase política o empresarial, como ha venido siendo la tónica en estos últimos veinticinco años.
En lo que a la llamada ley de residencia se refiere, todo parece indicar que se trata de un brindis al sol forzado por la delicada situación económica que atraviesan las Islas y de la que ya nos ocupamos aquí esta misma semana. Cortina de humo. Porque, a estas alturas, achacar a la presencia foránea todos los males de la economía local supone una actitud peligrosa y equivocada. Desde luego que algo falla y que el Archipiélago debe establecer algún mecanismo de control para evitar los desmanes que se producen en sus fronteras, pero esto no debe ocultar las verdaderas causas que nos han conducido a la grave situación por la que atravesamos. Han sido los nacidos en nuestra tierra quienes han administrado las ayudas europeas, quienes han inventado la RIC y no han velado por su cumplimiento, quienes han hecho de los planes de formación y empleo el desastre que son, quienes han dilapidado el erario público en gestiones cuanto menos disparatadas como Tindaya o espectacularmente deficitarias como ha ocurrido en Sanidad, quienes se enriquecen de forma especulativa o quienes prácticamente han acabado con nuestro patrimonio natural, por citar lo primero que se me viene a la cabeza. Y si han sido de fuera, ha sido en connivencia con los nuestros.
Así que desarrollo y control sí, pero sin populismo ni demagogia, haciendo gala de la responsabilidad y la sensatez que deben caracterizar a todo gobernante. No pretender señalar la paja que luce el ojo ajeno sin atender primero la viga que ciega el nuestro.
Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
sábado 15 de mayo de 2004

Misión en Canarias

Misión en Canarias Y si somos los mejores, bueno y qué (estribillo). Canarias fue protagonista de la primera sesión de control al Gobierno que preside José Luis Rodríguez Zapatero y lo fue a lo grande, hala, sin cortarnos un pelo, a lo Starsky y Hutch, Corrupción en Miami. Digamos que Paulino Rivero fue Starsky y que Juan Fernando López Aguilar hizo de Hutch. Digamos que el guión estuvo a la altura de los actores, un desastre. Y digamos también que la fotografía fue de ésas de serie C, cuasi pornográfica, y, claro, así no hay forma de que el cine canario trascienda más allá de nuestra fronteras. (Estribillo)
Por partes. La cinta comienza con un Starsky (permítanme que utilice la nomenclatura de ficción) exigiéndole a Hutch que retire o demuestre sus afirmaciones sobre el estado de corrupción que impera en la política archipelágica. La frase que no pasará a la historia del séptimo arte es digna del mismísimo Bogart: “En las Islas se cuecen negocios millonarios con la complicidad de los poderes públicos”. Tócamela otra vez, Sam, la canción. Hutch no sólo no retira ni demuestra, sino que devuelve la pelota en formato de dossier de prensa con manifestaciones de José Carlos Mauricio (en este caso un extra) y del propio Starsky en referencia a Dimas Martín, a quien Hutch considera poco menos que la encarnación del Joe Dalton de Lucky Luke. (Estribillo).
El argumento deriva en acusaciones mutuas, en lecciones sobre el Código Penal y en un mal rollito que no veas. Tal que La Pasión de Cristo de Mel Gibson, pero con menos sangre y más violencia (verbal, se entiende). Total, que termina la entrega sin que el espectador se entere absolutamente de nada más que de que en Canarias corrupción la puede haber, aunque su existencia no esté en absoluto demostrada. Toma, y en Algeciras, Groenlandia, El Bajo Volta, Miami y Armenia. Es tan amplio el abanico de la posibilidad. Debe de ser que la cosa Continuará, como en esos malos telefilmes de televisión, aunque al montador se le olvidó colocar el rótulo. Si es que es de pena. (Estribillo).
Dados los afiches y los tráilers, la sesión se presentaba un poco más entretenida o brillante. Pero ni ésas. Se me atragantaron las palomitas al primer cuarto y la señora de al lado comenzó a roncar pasadas dos o tres escenas. Un muermo. Ciertamente, uno esperaba una joya de la cinematografía mundial, una confesión de ésas que hacen estremecer a la audiencia, en plan Sherlock Holmes: “El asesino es el mayordomo” o a lo Scarlett O’Hara: “Pongo a Dios (ponga cada uno la deidad o la realidad que le parezca) por testigo de que jamás volveré a acusar sin pruebas”. Y no este remedo de Mortadelo y Filemón, muy disparatado, esperpéntico y tal, pero sin ninguna consistencia. (Estribillo).
¿Pero qué hacen un ministro y un portavoz de CC enredados en tan protocutre comedia, dejando el nombre de Canarias a la altura del Chicago de la Ley Seca? Dejemos el asunto en manos del mejor, del más eficiente detective con que cuenta la investigación nacional. ¡Que se venga Torrente un par de días, chavales!, a investigar a las Canarias y sus delincuencias. Misión en Canarias, no te digo. El pelotazo comercial del verano. ¡Torrente y El Fary, qué lujazo! Apatrullando la comunidad. (Estribillo y dos piedras).
Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
viernes 14 de mayo de 2004

Algo se mueve en Canarias

Algo se mueve en Canarias Algo se mueve en el Archipiélago, pero desgraciadamente no en las esferas (no caerá esa breva) de la economía, la política, la sociedad o la cultura. Hablamos de sismología y vulcanología, fenomenologías que para la mayoría de los ciudadanos se habían convertido prácticamente en exóticas, a pesar de la intensa relación entre ellas y la génesis, evolución e historia de las Islas. Los movimientos sísmicos han sido compañeros de viaje del canario, en eso que hemos definido como el reino del seísmo silente, con mayor o menor virulencia. En el primer caso, siempre relacionados con erupciones volcánicas. La profusión de pequeños terremotos en los últimos tiempos, localizados en la mayor parte de las veces bajo el mar, ha dado paso a una actividad descarada y alarmante en tierra firme. Hace seis meses fue la isla de Gran Canaria la que se vio sacudida por un temblor de proporciones estimables que provocó el pánico entre la población. El martes le tocó el turno al norte de Tenerife, con cuatro sacudidas principales que alcanzaron 1,7 grados en la escala de Richter. Y ahora se detecta movimiento de magma a escasos tres kilómetros de profundidad en el mismo lugar.
Las señales parecen claras, algo está ocurriendo bajo nuestros pies, y todo parece indicar, tal y como ya ha advertido la comunidad científica, que se trata de una erupción volcánica localizada en la isla tinerfeña. Una erupción que los expertos auguran “tranquila” y para la que el Gobierno regional ha decidido prepararse activando el plan de prevención de riesgo volcánico que, inexplicablemente, no se había atendido desde 1996. Es algo que relaja (la activación, desde luego, no la dejación de los últimos ocho años), en la medida que puede relajar la certeza de encontrarnos ante un fenómeno de estas características. Es decir, que al optimismo de los científicos sobre esa erupción “tranquila” y a la relativa celeridad del Ejecutivo por articular las medidas de prevención y protección –recordemos los innumerables movimientos leves que se han venido produciendo y que fue la noche del pasado 28 de octubre cuando la tierra dio su primer gran aviso–, hay que contraponer la certidumbre histórica de que ante este tipo de manifestaciones de la naturaleza no se puede estar seguro de nada. Ni de que sea “tranquila” ni de que sea violenta, ni de si desbordará las previsiones o de si tan siquiera hubiese sido necesario activarlas.
Por tanto, debemos estar preparados para la peor de las circunstancias (para le mejor nos basta con comprar un paquete de pipas y sacar entradas para el espectáculo) y no escatimar esfuerzos en la ejecución de los planes pertinentes, que deberán desarrollarse hasta sus últimas consecuencias, al más alto grado de definición y cumplimiento, de ésos de alerta roja. Al menos, hasta que los estudios y los hechos señalen la verdadera dimensión del fenómeno.
La naturaleza no suele dar dos oportunidades y las señales resultan evidentes. Comentábamos en esta misma sección en octubre, tras el terremoto de Gran Canaria, algunos de los defectos esenciales que en aquella ocasión quedaron al descubierto, cuales eran la escasez de centros de observación sísmica y el flujo de comunicación en casos de catástrofe del teléfono de emergencia 112. Ahora hay que ir más allá. Sin alarmismo, pero con decisión y diligencia. Pues no es la llamada a la prevención lo que degenera en alarmismo, sino la dejación, el desprecio al riesgo y la indolencia. Eso que hace que todo se ponga en marcha cuando ya es demasiado tarde. Es un proceder que se nutre del lamento, la disculpa y la dimisión. Pero eso, la verdad, no nos sirve para nada.
Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
jueves 13 de mayo de 2004

Haya paz

Haya paz La carrera por la presidencia de la Confederación Canaria de Empresarios ha comenzado. Sebastián Sánchez Grisaleña, representante de la pequeña empresa que se aglutina en torno a Cecapyme ha dado un paso al frente presentando su candidatura, una vez fracasados los intentos de consensuar una lista única. Mala cosa. No la presentación de Grisaleña, desde luego, que nos parece, más allá de las luchas intestinas que imperan en la patronal de Las Palmas, un gestor entregado en cuerpo y alma, como buen guardameta que fue, a la defensa del marco de las pymes; sino el hecho de que, una vez más, y si un pacto de última hora no lo evita, nos enfrentemos a otra de esas luchas fratricidas por el poder en la cúpula del órgano que representa al empresariado. Poco se sabe de cuántos y quiénes acompañarán a Grisaleña en esta aventura electoral. Por lo pronto, todos coinciden en que Mario Rodríguez, del sector de las clínicas privadas, será uno de ellos, encabezando un proyecto que cuenta con el mayor número de adhesiones. Pero es algo más que previsible que no sean sólo ellos dos los que pujen por el cetro de oro de la cúpula empresarial.
Las opciones que barajaban la presencia de otras importantes figuras como Oliver Alonso, Roberto Góiriz o Alberto Cabré, recientemente nombrado presidente del Círculo de Empresarios, por cierto, se han difuminado en ese intento de alcanzar el consenso para dar paso a una segunda columna de candidatos con menor incidencia pública y, por tanto, menos susceptibles de despertar recelos en las distintas facciones. Con todo, a día de hoy nada es descartable. Ni que algunos de los que se dan por retirados acaben finalmente postulando su designación, ni que aparezca algún gallo tapado, ni que se produzca el tan ansiado, pero a la vez esquivo, acuerdo entre los distintos sectores que luchan por el control de la patronal.
En cualquier caso, el mensaje es el mismo desde las elecciones que dieron el triunfo hace ya casi tres años a Antonio Rivero: no más espectáculos. Es una idea que he venido manteniendo desde entonces y que he expresado reiteradamente desde el último y tristemente famoso almuerzo de Navidad de la Confederación, en cuyo contenido no voy a detenerme por conocido y por la delicadeza y mesura que deben marcar el debate en el que nos hayamos inmersos.
El Archipiélago en su conjunto, y la provincia de Las Palmas como referencia inmediata, ni puede ni debe permitirse fisuras tan amplias como las que presenta su tejido empresarial. Más allá de personalismos excluyentes o de objetivos y líneas estratégicas disidentes, hay un proyecto común que se llama Canarias para el cual no sólo es necesario el esfuerzo conjunto, sino la unión en torno a ciertas premisas básicas. Sólo desde la unidad –que no implica evidentemente sometimiento o renuncia de ningún tipo, sino más bien entendimiento y generosidad– es posible construir esa economía fuerte, abierta y fiable que precisamos todos, desde el más desasistido de los parados hasta el más influyente hombre de negocios.
Reiteramos, por la importancia que merece, que sean cuales sean las propuestas y sea cual sea la resolución, la paz empresarial es el único camino válido para el futuro. Si es a través del consenso, mejor. Si es merced a una presidencia respaldada por la mayoría de los sectores, también. Pero es hora de desterrar actitudes cicateras y miopes que no conducen más que al estancamiento y la regresión. El futuro precisa de emprendedores audaces y de amplias miras. Los reinos de taifas estaban bien, si acaso, para aquellos oscuros tiempos del cólera. Pero eso ya se acabó. Hace tiempo. Aunque da la impresión de que algunos aún no se han enterado.
Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
miércoles 12 de mayo de 2004

La sigla de (la) moda

La sigla de (la) moda El PSOE, Partido Socialista Obrero Español, es desde hace tiempo PSE, sin esa o proletaria que dio vida y sentido a su constitución en aquella convulsa mitad del siglo XIX. Lo confirmó Felipe González en el XXVIII Congreso de la organización, renegando del marxismo y zambulléndose en las agua de una socialdemocracia a la europea, y lo pretende subrayar José Luis Rodríguez Zapatero en el próximo XXXVI Congreso, renegando a su vez de la socialdemocracia y abriendo las puertas a lo que Manuel Sánchez definía ayer en El Mundo como un “republicanismo ciudadano”.
La renuncia de los socialistas a las tesis marxistas que impregnaron la formación durante su primera centuria de existencia se produjo en el marco del retorno de la democracia a nuestro país. Sus pretextos ideológicos fueron entonces la urgencia estratégica de ocupar el espacio de centro para lograr el asalto a La Moncloa y la necesidad de adaptarse a una sociedad en la que, a decir de los ponentes en la asamblea, las fronteras entre las clases sociales se había difuminado. Ahora, tras protagonizar un período de oposición marcado por el retorno de los viejos lemas (muy pocas veces comunistas, independentistas y republicanos habían aplaudido tanto y a la vez), la cúpula socialista reemprende su rumbo histórico hacia el limbo del bipartidismo de alternativas cuasi imperceptibles en el marco de las democracias parlamentarias sustentadas por el capital. Es una actitud coherente que nadie les puede reprochar, ya que responde a la evolución iniciada veinticinco años atrás y a lo que demanda su masa social.
El Partido Socialista ya no es aquel que fue fundado en una taberna de la madrileña calle de Tetuán por un puñado de obreros (quince linotipistas, entre ellos Pablo Iglesias, un marmolista y un zapatero, qué casualidad), amén de cuatro médicos, un doctor en ciencias y dos joyeros. Hoy el PSOE responde más a las necesidades y exigencias de intelectuales, profesionales liberales, ejecutivos y artistas, dentro de esa casa común del buen rollito que viene a ser la izquierda. Es decir, hoy los médicos, los doctores y los joyeros han relegado a un segundo plano a los linotipistas, marmolistas y zapateros, excepción hecha de José Luis. O no. Vaya usted a saber.
En cualquier caso, la premisa de los socialistas, como la de cualquier otro partido que no abogue por el suicidio en el marco político actual, es la de mantenerse en el poder y acaparar el mayor número de enclaves de influencia. Para ello resulta esencial llegar a los sectores más amplios de la población, aunque se deba recurrir al camaleonismo, la indefinición ideológica o la ambigüedad. El partido moderno debe ser el partido de moda, y por tanto resulta imprescindible rendirle culto a la moda también. Es entonces cuando el fin se confunde con los medios (también los de comunicación) y obtenemos esa mezcolanza entre ideología, marketing, pancarta, conspiración, espectáculo y el casi todo vale que impregna la política contemporánea. Sólo los ilusos o los indocumentados podrían esperar otra cosa.
Es la misma carrera en la que se faja el Partido Popular, pero en el ámbito de la casa común del rollito serio que es la derecha. Una carrera de relevos por el poder y la moda. Una competición en la que los socialistas llevan las de ganar, porque al contrario que los conservadores, para ellos estar a la moda no supone una actitud forzada ni vergonzante. Es diríamos su vocación. Una vocación que se verá refrendada los próximos 3 y 4 de julio en el XXXVI Congreso Federal. Ni marxismo ni socialdemocracia, republicanismo ciudadano. Ni Versace.
Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
martes 11 de mayo de 2004

Libertad sin ira

Libertad sin ira ¿Realmente la habrá? Mucho que temo que el estribillo de Jarcha, aquel grupo entre hippy y agrofolk que puso banda sonora a la Transición española, no dejará de ser nunca la manifestación de un delirio utópico. Si partimos de que la libertad se conquista, hablamos de confrontación. Y toda confrontación conlleva vencedores y vencidos. Ya lo decía Silvio Rodríguez en su inolvidable Pequeña serenata diurna: “Soy feliz, soy un hombre feliz y quiero que me perdonen en este día los muertos de mi felicidad”. Cambiemos felicidad por libertad y tendremos una ecuación de similar planteamiento e idéntico resultado. La violencia no se traduce sólo en agresión física. Las conquistas y los ataques se nutren de múltiples armas. Está la violencia oral e incluso la gestual. La indiferencia, la neutralidad y hasta la no violencia propugnada por Jesucristo, Mahoma, Buda, Mahatma Gandhi o Martin Luther King han supuesto enormes confrontaciones en la historia de una humanidad que no tolera la disidencia, por muy pacífica o amable que ésta sea.
Conscientes de esta premisa, las naciones y las facciones han hecho siempre de la libertad bandera de su causa, aunque ésta fuera la aniquilación, el exterminio, el sometimiento o el holocausto de otro pueblo o del suyo propio. Incluso cuando lo que se busca es dinamitar la libertad, es la libertad la que aparece como estandarte. Bin Laden propugna su libertad, y George Bush, la suya. En ninguno de los dos casos estamos ante líderes de la resistencia pasiva o de la no confrontación. Las suyas son guerras en el más amplio sentido de la palabra. La una, ungida por el poder divino, la otra por el del capital. Ambas son guerras cruentas y fratricidas. Desde que cae el primer ser humano todas lo son.
Por eso, las imágenes de la barbarie a la que son sometidos los presos iraquíes no pueden sorprender a nadie. Ojo, he dicho sorprender, no impresionar, horrorizar, ofender o escandalizar. Que no sólo pueden, sino que deben a poco que uno conserve el más mínimo poso de humanidad. Quien crea que la guerra, sea ésta cual sea y sea ésta en nombre de lo que sea, se limita a bombardeos selectivos y daños colaterales no es más que un iluso o un ciego.
Si no han salido imágenes de estas características con anterioridad o no han salido en mayor cantidad es simplemente por el control que ejerce la Administración USA sobre los medios de comunicación, presión a la que muchos de estos medios sucumben con gusto en su encendida militancia norteamericana.
Particularmente a mí todas las imágenes de las guerras me resultan terribles. Ya sean las de los niños cuajados de metralla, de fosas comunes, de edificios gigantes que se vienen al suelo arrastrando en su caída a miles de rostros desesperados, de ejecuciones en directo, de andenes sembrados de carne y silencio, de familias enterradas bajo los escombros, de civiles vejados, de ataúdes abanderados, de toques de queda, de hospitales dinamitados, de torturas indescriptibles, de odios exacerbados... Todas me resultan dantescas, inadmisibles y despreciables. Pero entre la muerte a pecho abierto en el fragor de la batalla y la agonía del indefenso ante el sadismo de sus captores media un enorme abismo. La distancia que se separa al ser humano empujado a la violencia de la perversión y el crimen. Porque es el trato que dispensamos a nuestros enemigos en situación de ventaja el que nos da la medida de nuestro concepto de libertad. Si esto es todo lo que pueden ofrecernos Bin Laden y Bush yo me sigo apuntando al delirio utópico de Jarcha. Que no por delirante o utópico deja de ser un ideal de ésos a los que vale la pena sumarse dentro de la locura colectiva que consume a este planeta.
Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
sábado 8 de mayo de 2004

Pero si hablan y todo

Pero si hablan y todo Saludamos desde esta bicolumna diaria de las buenas horas a José Segura, nuevo delegado del Gobierno en Canarias, más que nada porque el hombre ha logrado romper una de esas terribles certezas que la política de andar por casa había grabado en mi mente en los últimos años: los delegados del Gobierno no hablan (cópiese esto cien veces). Ni en voz propia ni a través de sus gabinete de prensa.
Hoy respiro aliviado porque, una vez superados el malestar y la desazón periodísticos que provoca el autismo institucional, lo que realmente a uno llegaba a preocuparle es que ese mutismo exacerbado pudiera acabar haciendo mella en la salud del enrocado. Y uno no le desea el mal a nadie, así sea delegado, ministro o presidente de tu comunidad (de vecinos que conste, al otro tampoco).
Segura ha dado el do de pecho. Ha hablado y hasta por los codos de los múltiples problemas que afectan a la región y en los que tiene responsabilidad directa el Estado. Habló de mejorar la eficacia de la Administración, de inmigración, de los recursos de las fuerzas de seguridad, de la ayuda al emigrante canario y de la necesaria colaboración con el Gobierno de Canarias en la búsqueda de soluciones. También se puede decir que por hablar que no quede, pero hombre y mujer, estará usted conmigo en que por algo hay que empezar. Y uno se siente más movido a esperar algo de quien te habla antes de quien te evita, aunque sea por esas cosas de la cercanía, la transparencia y la afabilidad. Que luego te vende humo, cabe la posibilidad. Pero tampoco nadie puede avalar el dicho de que el calla, otorga, porque en estos casos suele ocurrir que terminas siendo consciente de que has comprado humo cuando ves el fuego. Y, claro, es ya demasiado tarde.
Ojo, no es ésta una crítica velada a la labor de Antonio López durante sus años al frente de la Delegación. De hecho, la suya fue una labor discreta que se movió dentro de los parámetros de lo que se ha dado en llamar políticamente correcto. De corte anacoreta, pero longeva. Criticada, más no contestada. Serena, y a la vez exasperante. Secreta, casi, y sin embargo pública. De hecho, no podemos poner en tela de juicio sus logros porque, simplemente, no sabemos cuáles son. Su escasa, pero siempre educada, relación con la prensa y la opinión pública se limitó a los actos oficiales y a la comunicación de las cifras oficiales cuando fue menester.
Segura tiene la palma. El nuevo responsable de la Administración del Estado en Canarias tiene la oportunidad de dar un paso adelante y de corregir, si se lo propone, el desaguisado que en materia de seguridad ciudadana, prisiones e inmigración soporta el Archipiélago. Pero, efectivamente, no basta con hablar. Bastará ver si su talante (marca Acme ZP) se mantiene una vez comience Madrid con las rebajas. Y si su capacidad de gestión y eficacia están a la altura de sus dotes para la oratoria. No estaría nada mal. Supondría acabar con otro de mis prejuicios ante la cosa pública: los delegados del Gobierno no solucionan problemas (bórrese esto cien veces). O sí.
PD: Lo mismo va para Carolina Darias, la vigorosa levedad hecha subdelegada, y para Carlos González, a quien por ahora no tengo el gusto de conocer.
Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
viernes 7 de mayo de 2004

Paraíso a la deriva

Paraíso a la deriva La cosa está muy pero que muy malita. Echar un vistazo a los titulares de la prensa del Archipiélago, así como escuchar y ver los informativos que en esta tierra fragmentada lo son provoca una sensación de espanto imposible de soslayar. El paro, ese mal que en Canarias se ha vuelto crónico, aumenta sin tino; mientras, el empresariado se muestra abiertamente pesimista ante la evolución de una economía que aún se debate entre el modelo decimonónico del ombliguismo insular y el enganche al tren de la unidad regional como única interlocución válida para el desarrollo dentro y fuera de nuestras fronteras.
Es difícil hacerlo tan rematadamente mal, sembrar el descontento tanto entre el asalariado como entre los empresarios, pero aquí, entre todos (me incluyo, nos incluyo, por si alguna parte de culpa nos toca soportar) lo hemos logrado. Europa tropical, naturaleza cálida y paraíso. Cuánta soflama bananera, perdón, platanera (más sabrosa y con pintitas a decir de Loles León, Arguiñano y compañía). Soflama de la familia de las musáceas en cualquier caso, es decir tercermundista y grotesca, para un pueblo que se da de bruces cada día contra una realidad tan terca como los datos, las percepciones y las estadísticas.
Somos la región con la mayor tasa de desempleo de España, sólo superada por Extremadura y Asturias. Somos la región en la que el paro sube sí o sí mes tras mes, y si en alguna ocasión se produce el milagro del descenso, éste es tan insignificante que casi mueve a risa. En el pasado mes de abril nos atribuimos el dudoso honor de ser la única comunidad en la que el empleo sufrió retroceso, en este período incluso Extremadura y Asturias lograron rebajar su cuota de cesantía, casi en la misma proporción en la que nosotros la aumentamos. Somos también la región en la que la confianza del emprendedor se sitúa nada menos que nueve puntos por debajo de la media. Y somos la región en la que la patronal se contentaría con que se mantuviera la estabilidad, descartando la posibilidad de avances sustanciales por improbable o quimérico.
¿En qué se está fallando? Visto lo visto, cabría decir que en todo. Sindicatos y empresarios han esbozado en sus reacciones algunas de las posibles salidas a este naufragio potencial. Se apunta a una corrección de las políticas económica y de empleo del Gobierno autónomo y a la diversificación del tejido empresarial como alternativa al monocultivo de turno (ese ídolo de barro de la economía canaria), en este caso el turístico. Se recurre también a la llamada a la movilización social e incluso a la limitación de obra foránea como fenómeno que frena, a decir de quienes así lo entienden, el acceso al trabajo –a pesar de que las afiliaciones de inmigrantes a la Seguridad Social suponen sólo un nueve por ciento del total–.
Es una tarea que requiere del esfuerzo de todos. Pero ciertamente es el Ejecutivo quien debe acometer un plan de choque urgente, modificando de raíz lo que haya que modificar para impedir que la situación se le vaya definitivamente de las manos. Aspectos como el destino y efectividad de las ayudas e inversiones europeas, esa especie de camelo consentido sin objeto determinado que es la RIC o los inútiles y desfasados planes de formación y empleo son algunas de las lagunas (océanos diríamos) de este y anteriores gobiernos de la comunidad. Adán Martín y José Manuel Soria, socios máximos del poder regional, han hecho de la gestión escaparate de su acción política. Pues que se note. Porque esta gran empresa de todos que se llama Canarias va proa al marisco. Tal que un paraíso a la deriva.
Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
jueves 6 de mayo de 2004

La 'fonrisa' de La 'Fioconda'

La 'fonrisa' de La 'Fioconda' La de La Gioconda es, además de enigmática, una sonrisa forzada. La Mona Lisa no tenía dientes, como lo leen, y cuentan que a Leonardo le costó lo suyo diseñar el gesto para que, a la par que misterioso e inteligente, resultara pelín sensual. Algo imposible si a la bella dama le asomaran las encías tal cual, desnudas y desdentadas. Es por eso, quizá, la única sonrisa de labios apretados que recuerdo. Bueno, esa y la de Aznar, pero en este último caso podría decirse que el bigote actuaba de elemento plástico colateral en la conformación del retrato. El rasgo burlesco de la joven napolitana es un, como si dijéramos, “ya verás tú la alegría que te llevas como abra la boca, simplón”. Pobre Mona Lisa.
Sé que las hipótesis sobre la personalidad y el sentido del magistral cuadro de Da Vinci son múltiples y algunas hasta bien documentadas. Hay quien sostiene, incluso, que es el propio autor, despojado de barba y de arrugas, quien, ligeramente travestido, aporta la imagen en lo que sería prácticamente el primer autorretrato glam de la historia del arte. Sobre la sonrisa también se barajan innumerables interpretaciones: el otorrinolaringólogo estadounidense Peter Pastore propuso a mediados del siglo XX que la legendaria sonrisa de la Gioconda era el síntoma de un principio de Anginas. Afirmaba que la contracción en los labios de la modelo es la misma que observó en pacientes que pasaron por su consulta, con molestias en la garganta. Otros médicos han atribuido su sonrisa a que era asmática o a que las amígdalas dilatadas, un tumor, la alergia al polen o un trastorno psiquiátrico que causa la sensación de un nudo en la garganta, obstaculizando la respiración normal. Para el doctor Kenneth Keele, muestra la satisfacción de una mujer embarazada. Aunque en 1953, durante un congreso de optometría, se explicó que Freud estaba equivocado porque Mona Lisa sonríe de ese modo a causa de la miopía de Leonardo. También se ha afirmado que la misteriosa dama debió padecer una enfermedad que paralizó un lado de su rostro. Ganas de complicarse la vida, la Gioconda no tenía dientes, y se acabó. De ahí el nombre: Mona, porque era guapita de cara (según los gustos de la época, digo yo) y Lisa, por su dentición mellada.
Ahora, que se cumple el quinto centenario de la pintura más famosas de todos los tiempos, un grupo de científicos británicos va y desarrolla una técnica para generar dientes a partir de células madre extraídas del propio paciente. A buenas horas, diría la desdichada Gerardini, el propio Da Vinci y la inmensa legión de desdentados que en este mundo lo han sido, personas abocadas al escarnio, el fefeo (La Fioconda ef una pafada) y al caldito, y en épocas más recientes a la ortodoncia invasiva y el quita y pon.
La ciencia adelanta que es una barbaridad, y el arte no le va a la zaga. De la política podríamos decir lo mismo. Ahí está ese pedazo de sonrisa zapatera o zapateriana, que no zapatista, proclamando a los cuatro vientos que dientes hay para lo que haga falta, mientras no se caigan o no se los parta alguien primero, líbrenos Dios, Buda y Alá de tal tragedia.
La investigación genética habría evitado, de haberse desarrollado en pleno Renacimiento, las penalidades de Da Vinci para captar el encanto de aquella sonrisa desdentada. Pero también nos hubiera privado del disfrute y de la discusión en torno a una de las mayores obras de arte de todos los tiempos. Es la contradicción inherente a nuestra condición humana, a la misma condición dialéctica por la que se rigen las leyes de la naturaleza. Por un lado se da y por el otro se quita. Todos con mordedores y babeando a los sesenta años: “Es que me están saliendo los dientes”. Pardiez. Puede que usted también sonría al leer este comentario, y no se lo reprocho. Es más, ya puede hacerlo sin vergüenza ni rubor. A mandíbula batiente.
Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
miércoles 5 de mayo de 2004

Degradity show

Degradity show Juré que no volvería a hablar más de ellos y, de hecho, la insumisión televisiva a la que gustosamente me he entregado en los últimos meses me ha ayudado sobremanera a mantener el compromiso. Los llamados reality show, ese invento surgido de la entrañas del norteamericanismo profundo, no son ni show ni reality, ni espectáculo ni realidad. Su carga de desprecio hacia las relaciones humanas, su poco afán ético y pedagógico y la ambición desmedida de quienes manejan sus hilos dejan al peor de los culebrones a la altura de un clásico de la cinematografía mundial. Juré no volver a hablar de ellos, pero he vuelto a caer en la trampa. Han bastado cinco minutos de intento de reconciliación con la pequeña pantalla para concluir que, lejos de la regeneración, el panorama de la televisión en España sigue sin tocar fondo en su caída libre hacia la memez, la especulación sin escrúpulos y la indignidad.
Mi último sobresalto lleva por título La casa de tu vida, o algo así y, como muchos de ustedes ya sabrán, se basa en la puja de no sé cuántas parejas por hacerse con el premio que, en formato inmobiliario, pone en liza la producción del programa. Es decir, que aprovechando uno de los grandes dramas que soporta este país, como es la dificultad de los jóvenes para acceder a una vivienda, esos talentosos cerebros que se han hecho multimillonarios a costa de vender carne fresca y bronca generalizada han decidido continuar torturando a los televidentes y a los propios concursantes con un encierro de no sé tampoco cuántas semanas para ver quién insulta más a quién, quién se enrolla más con quién o quién golpea más a quién, que visto lo visto, es sólo cuestión de tiempo, no de ganas.
Sorprende aún más que sea una cadena que alardea de... ¿izquierdismo?, ¿progresismo?, ¿independencia? la que haya decidido proseguir, prácticamente en solitario, con este formato de corte tan reaccionario. Habrá quien diga, que los hay, que este tipo de programas es un reflejo de la vida misma (glup) e incluso los hay, la ignorancia es atrevida, que mantienen que son un monumento a la libertad de expresión (glup glup); otros, un tanto más cautos, defienden la cosa como un espectáculo en el que nada es lo que parece o sí, pero cuyo fin último es el de entretener y que más daño moral provocan las noticias sobre las guerras (recontraglup). La demagogia traza senderos insondables.
Se debe entender, pues, que como en el mundo hay guerras, malos tratos, enfermedades, desigualdades enormes, catástrofes de todo tipo... supone un acto cuasi heroico contribuir aún más al caos, a la depre general, y a la mala milk con la perversión definitiva de las audiencias. O, que como hay que entretener e informar, lo mismo da el Pasapalabras, La noche de Fuentes y compañía, los documentales del National Geographic, El guiñol, Siete días siete noches o los telediarios que la retahíla de amenazas, mal gusto, incivismo, violencia y desprecio absoluto hacia los valores básicos del ser humano que algunos se empeñan en cocinar y otros muchos, aún, en devorar.
Si Gran Hermano o La Casa de tu vida son el reflejo de lo que somos, de cómo somos, el verdadero servicio de una cadena de televisión comprometida con el progreso y la libertad debería ser el de articular espacios que contribuyeran a la reeducación colectiva y al fomento de las relaciones y la libertad. Lo demás son pamplinas o excusas interesadas para mantener un negocio multimillonario.
A uno siempre le queda la posibilidad de no encender la tele o de ignorar algunos canales. Es decir, de ejercer o restringir su libertad, según se mire. Cierto. Pero también le sigue quedando la posibilidad de ver, reflexionar y opinar de cuando en cuando. Si no es mucho pedir, claro. Y a leer, que son dos días.
Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
martes 3 de mayo de 2004

Primero de Mayo

Primero de Mayo Mis imágenes del Primero de Mayo son las de la película Novecento, su cartel anunciador y las de los trágicos sucesos de 1886 que conmovieron al mundo desde el mismo corazón del capital, Chicago especialmente, Nueva York, Kentucky, Detroit... Estados Unidos se tambaleaba por el empuje desesperado de una clase obrera que soñó primero, suplicó después y exigía finalmente, mire usted qué atrevimiento cómo está el servicio, la jornada laboral de ocho horas. El resto es bien sabido (creo), represión brutal, asesinatos y ejecución de los líderes sindicales.
Hoy ya casi nadie se acuerda de aquello (creo) y el Primero de Mayo ha pasado a ser una efeméride más dentro del abultado catalogo de Días de Algo que inundan el santoral laico de nuestro calendario anual. Sé que las comparaciones son odiosas y que lo mío puede no ser más que desvaríos románticos (que me perdonen en ICAN), pero hombre y mujer, entre la toma de las calles para clamar por mejoras directas para la masa de desposeídos y los asaderos post manifestación, no hay color; entre el sacrificio de la propia vida en aras de unos ideales y la majadería recurrente de pedir la dimisión del responsable de Empleo de turno desde los micrófonos de una emisora de radio, quieran que no, media un abismo también.
Vale, las condiciones son otras y la vieja estructura de clases se ha difuminado (dicen) al igual que las ideologías, el humo del tabaco en los bares, el Tenerife o la UD. Vale, que las condiciones laborales no son las que eran y que los medios para combatir las injusticias han variado. Vale, que los sindicatos han dejado de ser aquellas células semiclandestinas y sudorosas perseguidas hasta la tumba o la prisión para pasar a formar parte del entramado legal del Estado con sus cuotas de cariño, elegancia, sueldo y subvención. Vale, que cada dos años más o menos nos montamos una huelguita general para darle a tu cuerpo alegría Macarena. Pero vale también que sufrimos una suerte de verticalismo sindical asimétrico de una esterilidad manifiesta que parece más preocupado en influir en el color político de las instituciones, en más o menos evidente connivencia con algunos partidos, y en alcanzar espacios de poder en las empresas que en afrontar de manera directa, clara y contundente los múltiples males (en cantidad y en menoscabo de calidad) que afectan a quienes, en términos puramente marxistas para no liarnos, no son poseedores de los medios de producción. Es decir los que aportan la fuerza del trabajo. Es decir los asalariados.
No es mi intención, desde luego, incitar a una revolución decimonónica de pim pam pum y barricada ni tampoco realizar una crítica acerada contra el conjunto del sindicalismo que, por otra parte, ha demostrado una notable preocupación y entrega en asuntos tan graves como el paro, la siniestralidad laboral, la precariedad del empleo, el mobbing o el acoso sexual y que tan importante papel ha jugado en la mejora de las condiciones del trabajador en la transición democrática. Se trata, más bien, de invitar a la reflexión sobre el papel de los sindicatos en una sociedad cada vez más globalizada y en la que la riqueza se concentra, de forma cada vez más alarmante, en poder de unos pocos en detrimento del resto.
La paz social, como cualquier otra, debe ser tutelada por quienes ostentan la representación de quien carece de voz. Cualquier otra actitud podría conducir a una fisura social de consecuencias impredecibles. Si de algo nos deben servir los ejemplos de Novecento y de Chicago es para corregir los errores que los sustentaron. No sólo de declaraciones públicas y comités de empresa vive el hombre. Si la miseria no encuentra salida, se vuelve metralla de la convulsión social.
Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
sábado, 1 de mayo de 2004

El huevo, la gallina...

El huevo, la gallina... Hay días que no me aclaro. Especialmente ésos en los que se celebra debate parlamentario en San Jerónimo, esa Carrera que, dicen, es la que más salidas tiene en España. ¿De qué trataba la sesión del pasado martes? Hoy yo también soy Ronaldo: “No lou sé”. Los socialistas parecían convencidos de que la reunión giraba en torno a la aprobación de la retirada de las tropas españolas presentes en Irak. Los populares, en cambio, dirigían toda su argumentación hacia la legitimidad del nuevo Gobierno para haber tomado la decisión sin someterla al beneplácito de la Cámara Baja. Para el resto de los partidos con representación en el Parlamento, aplíquese la sentencia del futbolista brasileño, pero en versión semipija: ni flowers.
He dejado pasar unos días por ver si era cosa mía, porque un mal martes puede tenerlo cualquiera y no tiene uno por qué andar siempre igual de despierto, atento o receptivo. Pero no. A medida que avanzo, retrocedo. Y eso me empieza a inquietar, porque tampoco es la de quien suscribe vocación de cangrejo.
El primer gran choque entre Gobierno y oposición tras la investidura de Zapatero quedó en poco menos que nada. Si ya el debate se presentaba descafeinado por el paripé que suponía someter a criterio de sus señorías una decisión ya tomada y por el apoyo manifiesto de la mayoría a la postura de ZP, la torpeza del PP al derivarlo hacia aspectos puramente formales acabó por desintegrarlo. Decididas ambas partes a no entrar en los fondos, el asunto degeneró en cuestión de formas. Pero como en el fondo de las formas tampoco había acuerdo, pues se rompieron los fondos y las formas y lo que hubiera que romper. Pues no son nadie Zapatero Presidente y Mariano Oposición cuando se ponen guiñoles. Chopito y Chaporro, vamos, ¿cómo están ustedes?, bien.
La cosa estaba en ver quién era huevo y quién gallina. El planteamiento de ZP era claro y dos piedras: la retirada de Irak era indispensable para corregir la participación española en una guerra ilegal, la inmensa mayoría de la población y del arco parlamentario la apoyaban y se trataba de un desastre heredado del gobierno del PP; así que daba exactamente igual que se sometiera tal decisión al Parlamento, que es lo que además hacía en esos momentos, y el PP mejor haría en callar porque, a fin de cuentas, fue quien nos metió en la guerra sin consultar ni escuchar la voluntad popular. El de Rajoy no le iba a la zaga y dos piedras más: la resolución socialista carecía de legitimidad porque se había saltado el Parlamento, marcharse de Irak era una cobardía y un grave riesgo para nuestra posición internacional, el resto de los grupos de la Cámara eran muy malitos porque no hacían sino meterse con ellos y el reglamento del Congreso se estaba aplicando fatal. El huevo, la gallina y hasta el gallo, pues, confundidos en uno como en ese otro misterio de la Santísima Trinidad.
Hay quien dice que de lo que uno acusaba al otro era justamente de lo que adolecía, como advierten esos majaderos proverbios chinos de la felicidad. Dicen que el PP pecó al meternos en la guerra de forma arbitraria y que ahora el PSOE hace exactamente lo mismo, pero al revés. El fin, los medios, la democracia y todas esas cosas. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿El gallo? ¿El Big Bang? No lou sé.
Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
viernes 30 de abril de 2004

El 'scalextric'

El 'scalextric' De pequeños, todos los de mi generación soñábamos con uno. El Scalextric. Una gran pista de carreras, ampliable y amoldable sobre la que lanzar los bólidos de nuestra imaginación y convertirnos en Fittipladi, Niki Lauda, Jimmy Clark y compañía. A muchos los sueños se les hicieron realidad alguna de las mañanas de 6 de enero de aquellos últimos años del franquismo. A los grancanarios en general, pequeños y grandes, ricos y pobres, amantes o no del mundo del motor, el regalo nos llegó en formato de macroproyecto urbanístico que venía a rematar el progresivo cerco al que se venía sometiendo al emblemático barranco de Guiniguada. Casi de la noche a la mañana, el cauce se tornó asfalto y el casco histórico de la ciudad se vio coronado por un lío de vías yuxtapuestas, un nudo, a decir de los arquitectos, que lejos de ahogar o maniatar venía a dar fluidez al por entonces ya considerable volumen de tráfico de la capital grancanaria. El escalestri, vamos, de toda la vida.
La ciudad se lanzaba a la modernidad en aquellos tiempos del boom y tente tieso, en los que tan poco importaban la ecología, el desarrollo sostenible, la biodiversidad y todos esos valores de crecimiento armónico y respetuoso con el entorno que hoy resultan indispensables. Es más, de la existencia de esos términos nadie tenía repajolera idea. Así que figúrese usted de su contenido. La ciudad crecía, la isla crecía, el Archipiélago crecía. Crecía todo menos la planificación razonada y las previsiones de futuro, y mucho menos la conciencia sobre la defensa de nuestro patrimonio, fuera éste artístico o natural. Nada.
Tres décadas después, al scalextric se le han fundido los cables y sus días de gloria se acercan al final. El proyecto de recuperación urbanística del ámbito del Guiniguada incluye su demolición y la puesta en marcha de un plan que, al menos sobre el papel, tiene como principal objetivo reconciliar a la ciudad con su propia memoria y devolverle un espacio que yace ahora sepultado bajo capas de alquitrán, cemento y hormigón. PePa Luzardo ha dado el pistoletazo de salida y el municipio se apresta a sufrir en un futuro no muy lejano otra de esas ejecuciones que sistemáticamente paralizan y enturbian el normal devenir de la comunidad. En una ciudad levantada a golpe de arrebato e improvisación, las construcciones y demoliciones, los cortes, los desvíos y los atascos están a la orden del día. Pero, desde luego, si alguno de estos trastornos con los que nos obsequia de cuando en cuando la autoridad competente (en la mayoría de los casos es un decir) está justificado, éste es uno de ellos.
En un momento en el que la opinión pública y las instituciones debaten el modelo de desarrollo para el frente marítimo de la capital, con rascacielos, centros comerciales, diques y concursos abiertos y restringidos como telón de fondo, la puesta en marcha, siquiera sea a escala burocrática aún, del proyecto de recuperación del barranco que unía y separaba a la vez los barrios de Vegueta y Triana supone una bocanada de aire fresco.
Pero, desde luego, lo que no sería de recibo es que desvistiéramos un santo para vestir otro. Es decir, el modelo que promueven Ayuntamiento y Cabildo para el casco histórico debe ser extensible a toda la ciudad dentro de un diseño global armónico y sistematizado. Ya es hora de corregir viejos errores históricos y ponerse manos a la obra en la reconversión y desarrollo de esa ciudad de futuro, de todos y para todos, que demanda la ciudadanía. Lo que no quieras para Vegueta no se lo impongas al Puerto. Con el derribo del scalextric deben desaparecer también las maneras, los caprichos y las visiones iluminadas que tantos disgustos nos han ocasionado.
Artículo publicado en El Mundo/La Gaceta de Canarias
jueves 29 de abril de 2004